Volvió confuso. Tocado, más convencido de ser un sobreviviente a la cosa insoportable que de nuevo necesita la marea. Vino ya después de cruzar la puerta de los ensueños. Algunas noches nos contaba alguna truculencia de entonces, todo por escandalizarme, suponía yo. Una tarde, no obstante, mientras paseábamos los dos por la ribera de Erandio, me enseñó el barco y me enseñó las pruebas de lo tremendo y lo ví, escrito en la suciedad del casco estaba, que hasta se había quedado corto en mi miedo por él.