Resulta dulce mirar los útiles de pintar silentes en la casa estudio de Konstantin Melnikov

Cuando en 1929 Melnikov se trasladó desde el piso comunal que ocupaba a la vivienda experimental que había  proyectado y construído en el callejón Krivoarbastsky, desconocía que pasaría allí sus últimos 45 años de vida.

Concebida como un prototipo experimental reproducible, la casa se enmarcaba en la línea de sus proyectos cilíndricos, como las oficinas del diario Pravda, con influencia de los silos americanos de cereales o las iglesias rusas.

Dos cilindros de idéntico diámetro y distinta altura maclados entre sí distribuyen en tres plantas y un sótano todo el programa de la vivienda.

La vivienda carecía de pilares siendo el muro exterior de carga de fábrica de ladrillo la propia estructura portante. Como si tratara de una malla diagonal, los arcos de descarga iban dejando  huecos exagonales iguales. La mitad se convirtieron en ventanas, y el resto se rellenaron de escombros, en algunos casos para dejar hornacinas hacia el interior, y en otros para pasar ventilaciones u ocultar encuentros con forjados y tabiques.

Casi podría hablarse de un sistema que, en teoría, llegaría a optimizar la cantidad de material de carga perimetral necesario, exágono-macizo-espesor del muro. Hubiera sido perfecta.

Existía una única ventana  de forma octogonal que rompía la rigidez de la fachada. Konstantin Melnikov solía repetir cómo descubrió la belleza de la luz de poniente atravesando el salón gracias a este hueco orientado a un jardín.