ultramarina

Me digo que en París había de ser, en donde los muros y los muelles, el asfalto, las colecciones, los escombros, las verjas, las plazas, los pasajes y, en cierto modo, hasta los quioscos hablan un lenguaje singular donde, en la soledad que nos envuelve, en nuestra inmersión en lo profundo de ese mundo de cosas, nuestras relaciones con los otros cobran la densidad propia de un sueño en el cual les espera, resguardada, esa imagen onírica que accede a revelar su rostro verdadero

laberinto

imagen que gestiona el laberinto imaginario de cada sujeto y ordena las bifurcaciones de su deseo

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