ultramarina

Podríamos decir que esta pared por presentarse en un territorio limítrofe entre el arte,  la arquitectura, y el objeto de diseño, tiene como obra de arte la capacidad de captar la atención de quien la observa, de su espectador. Siguiendo a Merleau Ponty, reconocemos que la percepción es un acto de doble cara:  inmanencia y trascendencia.

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Mientras recuperamos el sentido inmanente de la obra, en la experiencia de estar junto a ella, la misma obra que como principio creativo-formal discute la idea misma de contenido, trasciende la experiencia misma y nos reclama un «más allá» un infinito que no podemos aferrar, de este modo la obra, metafóricamente hablando se convierte en una ventana de infinito, y estimula nuestra capacidad de imaginar.

Si la pared se ha convertido en pared de infinito, ¿cual será el soporte, el fondo sobre el cual acontece la experiencia?. La respuesta no puede ser otra que existencial: El acto de objetivar la acción misma de habitar en términos arquitectónicos es simplemente el lugar donde se habita, una pared de arte es una pared de infinito. La pared es comunmente pensada como límite, siendo límite porque es una cosa propia de la disciplina arquitectónica, es al fin, aquí, muestra de la capacidad representativa del artista.

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